La novena sinfonía

El Himno a la alegría

En la historia de la música occidental encontramos múltiples genios cuya incursión los convirtió en representantes de su género y disciplina artística. Tal es el caso de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Ya sea por su música o historia, este compositor ha cruzado las fronteras geográficas, culturales y temporales para convertirse en uno de los más emblemáticos.

Es de resaltar que su vida fue todo menos sencilla. Músico prodigio y compositor compulsivo, creció y vivió con tormentos personales, temperamento destacable y una condición que más que limitarlo, lo hizo ser tan grande como pudo: el hecho de quedarse sordo.


Creció bajo la escuela Neoclásica, la cual había tenido su origen hacia la mitad del siglo XVIII, y llegó a su máximo esplendor gracias al espíritu revolucionario de la Revolución francesa, “igualdad, libertad y fraternidad”.

Lo que destacó a Beethoven fue poseer características del naciente “Sturm und Drang” (tormenta e ímpetu), corriente artística que estableció como fuente de inspiración el sentimiento sobre la razón y dio paso al Romanticismo. Sin duda, el artífice de una transformación estilística en la historia de la música.

La Novena sinfonía, y en específico el “cuarto movimiento” fue compuesta por este genio en 1824, cuando ya había perdido la audición por completo. Años antes, tenía la firme convicción de musicalizar el poema Oda a la alegría de Friedrich Schiller, quien formaba parte del “Sturm und Drang”, donde proclamaba los valores de la libertad de expresión y los extremos de la emoción por medio de la expresión artística.


Cabe señalar que agregar letra a una obra musical no era adornarla sino hacer de la palabra y la melodía una auténtica imagen. Así la ópera, que existía desde el siglo XVI, encontró un nuevo aire.

En cuanto a la sinfonía, no existía un vínculo entre ella y la palabra escrita, fue Beethoven quien se arriesgó a incluir la “Oda” a su sinfonía, una decisión que significó la creación de un nuevo género absolutamente comprometido con los valores de su auto: “una proclama de libertad creadora. Nada podía ser más romántico que eso”.

El impacto que ha tenido el movimiento desde su origen se debe, en primer lugar, a que fue el primer coral inserto en una sinfonía; Beethoven decidió tomarse la libertad de “hacer hablar” a su última obra sinfónica. En segundo lugar, a los valores expresados en el poema de Schiller. Beethoven reivindica el poder significante de la palabra musicalizada.


Sin embargo, fue más de un siglo después, en 1969, cuando el argentino Waldo de los Ríos realizó un arreglo al cuarto movimiento de la Novena sinfonía para una versión a la que pondría su voz el cantante Miguel Ríos. Aquella versión contó con una variación de la letra para resaltar “el carácter de hermandad y libertad con la que la composición original había sido siempre identificada.”

La respuesta a nivel mundial fue impresionante. Tanto, que se realizó la versión en inglés llamada “A Song of Joy”. La melodía original de Beethoven, así como la letra y arreglo de ese entonces, permearon en los corazones de las personas para generar esperanza y hermandad, esa que en momentos nos transmite paz y hace que con cariño y alegría podamos superar cualquier adversidad. Hoy la pieza es el himno internacional de la esperanza.

Queda claro que la música tiene un poder sanador y este movimiento, por muchas razones, ha movido hasta las fibras más escondidas de la humanidad. Hoy más que antes necesitamos sentir alegría, apoyarnos y regalar esperanza, pues es gracias a ella y a la perseverancia, que podemos cumplir nuestros sueños.


¿Cuándo escuchaste esta pieza por primera vez?

¿Qué crees que tenga de especial?

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