Auguste Renoir es uno de los mayores representantes del Impresionismo. Sin embargo, Su apellido también abarca un legado fuera de la pintura, con su hijo, el pionero cineasta Jean Renoir.

Naturalmente, el pequeño creció ante la imponente presencia de un gigante del mundo del arte. Se crió a través de sus ojos, sin embargo, y quizá por la fama y ego de Auguste, el joven, en 1914, ingresó al ejército y partió a la guerra.

Tras lesionarse en batalla, descubrió que el entendimiento y el amor de su padre con el arte era su forma de detener el tiempo, de trascender, algo similar a lo que Jean sentía con el cine.

Así, de alguna manera, las musas de Auguste también fueron las de Jean; de hecho, una de ellas, Andrée Heuchling, modelo favorita del padre, se convirtió en esposa y actriz principal en las producciones del hijo.

Su aportación es tan importante e inevitablemente vinculada con la de su padre, por la sensibilidad y capacidad de apreciación y abstracción que se percibe en ambos.

Existe un enorme vínculo en su proceso creativo pues ambos encontraban belleza en donde aparentemente no había, lo cual resulta increíble y conmovedor. Tan parecidos y distintos a la vez.

Jean falleció en 1979, no sin antes dejarnos esta reflexión cinco años antes: “He pasado mi vida intentando determinar la influencia de mi padre sobre mí”.

He ahí, el poder del arte.

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