Desde sus orígenes, el ser humano ha entendido la lactancia como permanencia de la especie. Su relevancia ha sido determinada por cuestiones culturales, relaciones sociales y mitos, pero, sobre todo por la estética femenina y el rol de la mujer como madre y trabajadora. 

Algunas sociedades antiguas ya consideraban su importancia, por ejemplo los espartanos, quienes determinaban qué hijo del rey llegaría al trono por el hecho de haber sido amamantado por su madre.

Los egipcios concebían a la nodriza un elemento indispensable, tanto, que la representaban en imágenes como la Isis Lactans o escenas que muestran a los monarcas siendo amamantado por diferentes divinidades. De hecho, estas "vírgenes lactantes" se convirtieron en modelo para la representación de la Virgen María con su Divino Hijo en el arte medieval bajo la advocación de La Virgen de la Leche.

En América, el encuentro de dos culturas dio a los españoles una visión distinta, cuando advirtieron que la tasa de mortandad y desnutrición infantil era realmente baja. La presencia de la mujer como encarnación de la tierra, que distinguía a las sociedades prehispánicas, hacía del cuidado de los hijos una prioridad. Este aspecto se vio reforzado con la importación de enfermedades que podían transmitirse con facilidad, cuya consecuencia llevó a la sociedad a revalorar la lactancia por las propias madres, reforzando los vínculos primarios y desvalorizar a las nodrizas. 

Durante la era industrial del siglo XIX, los horarios y la incorporación de la mujer al mercado dejó a las obreras sin tiempo de amamantar o de alimentarse adecuadamente, provocando que se buscaran sustitutos de la leche materna, necesidad que fue cubierta por el comerciante Henri Nestlé y su fórmula de leche perfecta. 

Este hecho disparó el mercado mientras la vida de la mujer se llenaba de ocupaciones. Los suplementos lácteos eran la respuesta para la nueva era.

Después de décadas, la desnutrición, junto al surgimiento del empoderamiento femenino y falta de recursos, la lactancia materna vuelve a encontrarse como la mejor solución a corto y largo plazo. 

Así, la lactancia está en plena recuperación como la mejor manera de garantizar un desarrollo adecuado de las funciones vitales de los recién nacidos. Que la madre alimente al hijo constituye una necesidad innata de beneficio mutuo. 

El calostro, primer alimento que el bebé ingiere de la madre al nacer, contiene inmunoglobulina, que protege las mucosas intestinales y nasales para evitar el ingreso de virus y bacterias al organismo.

Para poner en contexto, una investigación de la Unifec concluyó que “sí las madres amamantaran a sus hijos, en la primera hora de su nacimiento y hasta los seis meses, se salvarían unas 800 mil vidas infantiles anuales”..

Más allá de sus infinitos beneficios alimenticios, la lactancia materna exclusiva crea un lazo irrompible en ambos; una conexión que prescinde de las palabras, un vínculo sin fin de amor infinito. 

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